Parafraseando la famosa, y magnífica, película ‘Danzad, danzad malditos’ de Sidney Pollack, donde unas intrépidas parejas de baile se dejaban la vida, literalmente hablando, en un concurso de baile y nos mostraban con ello el hacer y sentir de una determinada sociedad (la llamada América profunda) en un determinado momento del pasado siglo XX, enlazo sin ningún tipo de problema ni complejo lo que aquí quiero contar. Y es que parece que eso es precisamente lo que infinitas asociaciones públicas y privadas quieren que hagamos, pero cambiando el verbo. Comer hasta reventar. Pero ojo, comer, o como se denomina ahora ‘degustar’, productos de indudable calidad y sobre todo autóctonos.
Desde la Junta de Castilla y León con su Tierra de Sabor, pasando por Diputación, ayuntamientos, centros de iniciativas turísticas, asociaciones gastronómicas de toda índole, restaurantes especializados, tiendas gourmet… todos quieren dar a conocer (vender) los productos autóctonos (de toda la vida y que llevan vendiendo siempre) con más calidad.
Y esto no es criticable, sino todo lo contrario. Se ha montado una campaña de marketing brutal para vender lechazo, cecina, garbanzos, alubias, setas, espárragos, frambuesas, y un millón de productos más… y todo porque la gastronomía se ha mostrado, en zonas donde las playas y el ‘pescaito’ no tienen presencia, como una salida real a esta crisis que se lo lleva todo. Y es curiosa la manera de hacerlo. Innovación pero con tradición, modernidad con autenticidad, arte, incluso, con la receta de la abuela. Y al final es simplemente eso, vender con todos los adjetivos posibles lo que nuestras abuelas nos preparaban desde siempre y por siempre.
Ver el aparcamiento a la entrada de Castrillo de los Polvazares cada fin de semana, cual Carrefour con el ‘2X1’, es un buen síntoma de algo simple que se ha sabido vender bien. Llegados de imprevisibles rincones de la geografía española llegan para ‘degustar’ el cocido maragato. Algo estupendo. Garbanzos, caldo, berzas, carne de cerdo y gallina, natillas. Y el madrileño encantado porque ‘solo’ le han cobrado 20 euros y sale con la barriga llena. Al del restaurante el cocido le sale por 4 euros/comensal. Vender para vender. Las jornadas de la Carne de Buey en el ‘Capricho’ de Jiménez de Jamuz es otro buen ejemplo. Y los japoneses y americanos llegan a, otra vez más, ‘degustar’, las carnes rojas de buey viejo a 60 euros el menú degustación.
Más ejemplos. El restaurante Serrano de Astorga ha vestido su menú de cocina maragata con arte, y lo ha llamado Jornadas de Arte y Gastronomía. Disfrutar de estos manjares acompañados de los cuadros de un pintor berciano como Lolo Zapico. Comer y ver pinturas o viceversa. Lo dicho, no es criticable, es admirable como los cocineros (ahora restauradores) se han buscado la vida para darle una vuelta de tuerca a los restaurantes, que ya no lo son, ahora son templos de la gastronomía, y las cocinas, que ahora tampoco lo son, son talleres de experimentación gastronómica. Otra, la asociación ‘El Borrallo’ de Astorga. Jornadas de la Cocina Maragata, jornadas de la Matanza, jornadas de comida Napoleónica, jornadas de maridaje con el vino no sé qué, jornadas gastronómicas del Cacao… un sinfín de eventos culinarios que intentan despertar el apetito de todos. Y lo visten, lo visten y lo visten. Y no sería sincero si dijera que todos los restaurantes de tal o cual asociación ofrecen lo mismo. La calidad muchas veces no llega a mínimos y el pobre comensal que llega pensando en las viandas sobre la reducción de boletus con maridaje de ribera del Duero y paté de foie, se queda pensando dónde (coño) está todo eso. Es así. En algunos casos, es así.
Ahora desde el Centro de Iniciativas Turísticas Banu Isa de La Bañeza han montado toda una feria de Abril para dar a conocer la gastronomía andaluza, con el objetivo de, en octubre, mostrar allí toda la oferta culinaria de La Bañeza. Además se han propuesto realizar una serie de certificados de platos típicos de la zona, como las ancas de rana con su salsa bañezana, el potaje o las alubias. Como decimos algo que se lleva realizando muchos años, ahora lo hacen simplemente para poder venderlo mejor, más lejos, a más gente. La crisis agudiza el ingenio. Y es que no hay cosa que nos entre mejor por los ojos que la comida y si nos la presentan bonita y diferente, nos la comemos asintiendo con la cabeza de manera reiterada. Grandes inauguraciones donde la prensa come cordero para poder llevar el garbanzo a casa (como nos comentó en su día Ramón Jáuregui), e invitan a pregoneros, llamados mantenedores, de postín para contar y cantar las alabanzas de lo que allí se va, si, si, a ‘degustar’.
Otra actividad ‘vestida’ será la Feria del Chorizo, 4 y 5 de mayo, también en La Bañeza, se trata de vender embutidos en la calle, y se trata de que haya movimiento en la localidad durante un par de días. Aunque hay que reconocer que no se ha buscado un nombre demasiado rimbombante. Han ido al grano. Lo cual a veces se agradece.
Todo esto parece una crítica pero les repito que no lo es, salvo algunos chascarrillos que me he permitido la licencia de hacer. Los productos agroalimentarios y la gastronomía, incluyendo los vinos, están de moda y en la provincia y su comunidad lo han sabido ver. Y si hay que disfrazar la mona se disfraza. Todo sea por mantener el negocio vivo, pero repito que inventar inventar, no se ha inventado nada.