Los cuatro de San Martín (del Agostedo)

Caminan de dos en dos por la empapada senda que une el pueblo con la carretera que llega a Val de San Román. Delante, ellos, dos señores ataviados con boina y bastón, cual uniforme rural para el paseo vespertino, flanqueados por un gran pastor alemán que luce pelo algo cano ya, pero brillante, tranquilo, sin mucha intención de ladrar a nadie. Detrás, a unos cuantos pasos, sus dos paisanas, con otro par de perrillos alborotando a su alrededor, con más ganas de jaleo que el viejo grandullón. Chaqueta de punto y pantalón suelto ambas, una de ellas sin más prenda, a pesar de la fría tarde de enero, con el sol ya cayendo y apenas calentando, aunque con un cielo limpio de cualquier nube. Las señoras charlan sin dejar de andar; ellos parando cada poco, volviéndose el uno hacia el otro y levantando el bastón para señalar, o exclamar, que para todo sirve, y reanudando el paso ligero a continuación para no ser alcanzados por la comitiva femenina. Un paseo, en definitiva, como el que quizás lleven décadas haciendo, con el silencio en el aire, solo roto por las palabras, los animales, el crepitar de alguna rama al ser pisada y el rumor constante del río Turienzo, a tan solo unos metros de allí, aunque escondido por la frondosidad que lo acompaña en sus márgenes. 

Llego a esa senda tras recorrer con mi bici San Martín del Agostedo, sin cruzarme a nadie, con las calles vacías hasta de sombras y el invierno cayendo a plomo en el maragato pueblo. Espectacular soledad del paisaje rural en esta época del año, tan solo interrumpida por las dos parejas de caminantes. “Perdonen, que paso”, aviso a las señoras a mi llegada, frenando mucho la marcha, por lo de no salpicar de barro a nadie. Los dos chuchos me miran mal, lo noto, pero se apartan prudentes, luciendo colmillo, eso sí. “Buenas tardes, joven”, me suelta una de ellas, amable, cariñosa incluso. Sé donde conduce ese camino, pero pregunto, por aquello de entablar: “Esto sale a la carretera, ¿verdad?”, “Si, hijo, si, sales ahí antes de la curva, pero mira bien”, me aconseja la señora sin abrigo. “Muchos coches no habrá ahora por aquí, ¿no?”, le devuelvo la pelota con segundas. La contestación refleja todo lo que esconden este tipo de señoras, normalmente en los pueblos, con la sabiduría del sentido común por bandera. “Basta que llegues, ‘pa’ que pase”, resuelve. Simple, sencillo y elemental, pero tan difícil de encontrar que asusta y maravilla a partes iguales. “Vas bien abrigado”, me espeta su compañera, cambiando de tercio. “Es que en la bici se pasa frío”, le indico. “Eso ahora, antes pedaleábamos”, responde tajante. Otro guantazo de realidad, viéndome ataviado con ropa técnica, térmica, dinámica y semi espacial, subido en la bici de carbono con cien piñones, frenos de disco y llena de amortiguadores. Me siento un auténtico imbécil en ese momento. “Tiene usted toda la razón”, admito cabizbajo. 

Me despido, y recorridos unos metros, llegando al limite de la senda y al pie de la carretera, ya miran desconfiados los dos señores, mientras el buen pastor jadea ligeramente después de beber de un charco. “¿Qué vienes, de Rabanal?” me espeta uno de ellos, mientras señala la dirección con el bastón y a unos centímetros de afeitarme con él en la maniobra. “No, salí de Astorga y di la vuelta por Murias (de Pedredo)”, informo. “Ahí andaban arreglando el camino”, apunta el compañero de paseo. “Pues arrea, que se te hace de noche”, me suelta el primero, solícito, sin hacer ningún caso del comentario anterior. Una vez sabido de dónde vengo, a dónde voy y con el consejo liberado, poco intereso ya, como debe ser. Sigo mi camino, dejo atrás a los cuatro de San Martín, con su charla, su pueblo, su vida tan diferente a la mía, que sigue conservando el legado de nuestros pueblos casi deshabitados. Una forma de existir que tiene los días contados, pero que yo disfruto pudiendo ver aún. Mis recorridos invernales por los pueblos encima del sillín son un placer absoluto, descubierto al fin. Por las tardes, al caer el sol y en día laborable. Un martes, un jueves o un lunes. Yo les recomiendo que si quieren conocer la realidad del mundo rural vayan al mundo rural, pero no en verano, ni en sábado, ni en la fiesta de los Remedios, la Carballeda o el día del Patrón. Den una vuelta el miércoles que viene, 19 de enero, a las 5.30 de la tarde. Respiren, observen y escuchen. Eso es la vida. Por cierto, ese día, al salir a la carretera de Val de San Román pasó como una exhalación un Seat Altea rojo, y efectivamente se cumplió la predicción: “basta que llegues, pa que pase”. Amén.

1 comentario en “Los cuatro de San Martín (del Agostedo)

  1. Alvaro, cada día me gusta más leerte.
    Qué bonito, qué bien narrado, qué ameno. Sigue así, me enorgullezco de tí.
    Un fuerte abrazo,

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