Astorga…ese tener, ese querer, pero nunca llegar

Las reflexiones que pueda hacer hoy en este post tendrán con seguridad simpatizantes y detractores, como todo, pero en muchos casos la realidad es incontestable. Lo que se puede ver, lo que se puede tocar…eso es algo que no puede rebatirse con facilidad, aunque también es cierto que estando en este santo país, de todo se ve, se dice y se oye.

Astorga es una ciudad turística de importancia. Dentro de la provincia y a nivel nacional. Es mucho el patrimonio legado por los antiguos moradores, que a lo largo de los años se ha sabido cuidar y explotar. Un patrimonio que por sí solo ha generado incluso manifestaciones populares como la Fiesta de Astures y Romanos, que ya cuenta con la declaración de Interés Turístico Regional. Tanto el Ayuntamiento como el Obispado, dueño de las dos principales atracciones turísticas, como son el Palacio de Gaudí y la Catedral de Santa María, gestionan los recursos de manera más o menos eficiente. Hecho que consolida la ciudad en el mercado turístico de interior.

Buena parte y culpa de ello ha tenido Juan José Alonso Perandones, ex alcalde, que supo ver, quizás antes y mejor que nadie, todo ese potencial que reunía Astorga. No solo con los vestigios de la época romana, que se han puesto ya en valor, sino con un vasto legado cultural e incluso industrial (como las fábricas chocolateras que han dado origen a uno de los museos más peculiares de España). Escuela literaria de Astorga, la saga Panero, y ahora la recuperación de otro ilustre: el arqueólogo José María Luengo. Todo cuenta, todo enriquece.
Y todo ello, junto con una apuesta clara por una intensa vida cultural y gastronómica, han dado ciertos frutos a la ciudad que permiten a mucha gente (hostelería, comercio, servicios) vivir de ello.

Entonces ¿a qué viene el título del artículo? Ese querer y no llegar. Eso mismo. Astorga quiere, tiene, pero no acaba de llegar. Pueden parecer matices, detalles, pero que suponen un salto de calidad para una ciudad que quiere destacar, desmarcarse del resto. El estado de las calles, el cuidado de la ornamentación, el mobiliario urbano…todo ello envuelve el regalo. Sí, es más importante el contenido. Pero la realidad, una vez más, nos indica que el continente cuenta… y mucho.

Hay diversos ejemplos de ello. Vamos de fuera hacía dentro.
Perdón si hablo demasiado claro. Las rotondas son un despropósito. Casi todas feas, mal cuidadas, mal decoradas, molestas para la vista y molestas para las vistas. Empezando por la de la nacional 120, carretera León. Una rotonda que quisieron decorar pensando en el Camino de Santiago, y en la que colocaron una concha alusiva, hasta ahí bien. El problema es que en el resto de la infraestructura, lo cual es casi el 80%, solo hay unas piedras que al final algún listo se acabará llevando por delante.

Un poco más adelante hay otra que homenajea el pasado romano de la ciudad, he decir que de todas esta es la que más me gusta. Me parece más que correcto que hayan puesto el letrero de ‘Asturica Augusta’ en ella, además las viejas columnas y los capiteles que la adornan, junto con el empedrado, hacen de ella algo vistoso, aunque podría mejorarse. Pero el serio problema que tiene esta rotonda son las señales. ¿De verdad es necesario colocar 27 señales alrededor? Y no vale argumentar que son obligatorias, porque no lo son. Con tanta señal prácticamente no se puede ver la única rotonda que tiene cierto encanto.

Entrando en la ciudad por esta misma carretera nos encontramos con la rotonda de los pendones. Una más que discutible decoración que supuso un desembolso para el Consistorio de 80.000 euros. Se supone que son los estandartes de León; pago del PSOE a la UPL por sus años de servicio en el Consistorio. La escultura es bastante fea y además, bajando desde la carretera de Pandorado, quita las vistas del Palacio y La Catedral. Pero esperen que ahora viene lo mejor: se da la circunstancia que las brigadas de jardines no pueden, o no quieren, podar y desbrozar las hierbas que crecen dentro de la imagen de bronce, con lo que éstas salen a través de la escultura hacia fuera. Desastroso. Como ven todo muy bien pensado. Enhorabuena.

Pero sin duda la rotonda de las rotondas es la que organiza el tráfico en la N-VI, enfrente del parque de la Eragudina (único espacio verde que se salva de la quema en mi opinión). Un montón de tierra, encima algo de césped, y una máquina de una vieja industria chocolatera, llena ya de cardos por cierto, que mejor estaba en un museo. Una rotonda que desde sus inicios está mal ejecutada, carente de ideas, y esto quizás es lo más preocupante; la carencia de ideas y sobre todo de gusto en todo este asunto.

Las rotondas no constituyen sin embargo los puntos más ‘desagradables’ de la ornamentación urbana. Nadie entiende como en pleno centro histórico de la urbe puede seguir un enclave orquestado de tal manera como lo está la plaza de la Culebra. Vieja, descuidada, peligrosa para los más pequeños por los materiales que allí se encuentran, sucia, fea… Pueden pasarse y verlo ustedes mismos. Una imagen lamentable para un punto al lado del palacio y la catedral, que sin grandes alardes, podría ser mucho más coqueto, más abierto. No sé, mejor.

Aunque todavía se puede ir a peor. Hablemos de la plaza Santocildes y su fuente. En primer lugar. ¿Para qué pones una fuente si nunca mana agua de ella? Es triste y, perdónenme de nuevo, cabreante. En pleno Eje Monumental (que no puede tener más baldosines sueltos, ni más suciedad en ellos) los turistas se encuentran con un ‘muerto’, al que se le ven las tripas por su falta de agua, y que, sinceramente, parece un abrevadero para el ganado. Es así. Si no puedes poner una fuente no la pongas. Se puede hacer un monumento al León y el Águila más sencillo, discreto, bonito.

Cuestión floral. Otra vez lo mismo. Se aprecia en muchos puntos. Jardín de la Sinagoga. Aquí déjenme hacer un paréntesis. Otro de los despropósitos monumentales del siglo. Durante la remodelación de dicho entorno se le ocurrió al Ayuntamiento construir una especie de estanque (al final del jardín, lindando con el albergue de peregrinos) que se hizo tan mal que cuando lo quisieron llenar de agua se dieron cuenta que ésta filtraba y ponía en peligro la integridad de la propia muralla, que es otro de los monumentos claves (y mal aprovechados) de Astorga. Conclusión: hoy ese estanque es una hendidura llena de piedras y donde, nuevamente, se vuelven a acumular hierbas, cardos y demás mugre floral. Sencillamente bochornoso.

Muralla, cuesta del Sol (ojo, por donde llegan los peregrinos a la ciudad), parque del aljibe… todo destacable en lo negativo… pero hay un lugar, la llamada subida del Postigo, que se lleva todos los honores. Partiendo de que la obra, ejecutada por Sindo Castro, está mal realizada desde un principio, la decoración floral se ciñe a unos arbustos y malas hierbas sin ningún tipo de cuidado ni presencia, por no hablar de los bancos allí colocados o las bases de los árboles, ya levantadas. Mal, mal, mal.

Y perdonen la crudeza, pero creo que si presentas una ciudad dedicada casi al 100% al turismo tu prioridad debe ser esa, que esté cuidada, presentable, bonita, atractiva. Quizá sería mejor apartar otras cosas y mejorar este aspecto. Lo dicho, si apuestas por el turismo, apuesta de verdad.

Todos sabemos cómo está la situación económica, pero eso tampoco es excusa, ya que en épocas boyantes la situación ornamental no era mejor. Aprecio lo que el Consistorio hace para que Astorga cuente en el panorama turístico, pero es necesario un tirón de orejas a los responsables de urbanismo, obras y jardines.

Ya que la industria ha parado en otra estación, ya que lo tienen asumido, procuren envolver bien el regalo, para que los turistas compren todo el pack, si no, tendremos que empezar a vestir santos, que tampoco se nos da mal.